Desgarre y arraigo. Claves
de un diagnóstico y una ética frente a la pobreza como malestar de occidente
Duván Hernán López M.
Geólogo, Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia
Candidato a M.Sc. en
Filosofía Contemporanea, Universidad de Granada, Granada, España
En
la fundación del sistema de poderes formal de los estados modernos, subyacen
preceptos filosóficos y antropológicos con marcados sesgos ideológicos
etnocentristas que simplificaron y simplifican aun hoy, de manera radical, el aparataje
maquínico institucional frente a la realidad multicultural, megadiversa,
compleja e intensiva de la especie humana.
Paradojicamente,
la consolidación de los poderes fácticos de occidente revela el desajuste
fundacional de su antropología. Su ilegitimidad emerge a la par con el
escudriñamiento ejercido por su globalización, en el alcance que acomete sobre
la geografía del planeta tierra y la psiquis sus habitantes.
El
contrato social no fue suscrito por la humanidad aunque la abarque, el velo de la ignorancia estaba develado, la
justicia no era ciega sino que veía en una dirección, dándole la espalda a una
gran mayoría. El irresistible avance del progreso va dejando tras de si
montañas de escombros[1].
En
la transgresión del éxito civilizatorio de occidente emerge la evidencia de su
conflicto profundo con el ser humano. No puede darse su extensión sin el
desgarramiento y ultraje de la otredad fundacionalmente negada. A partir de
allí, la violencia, la represión, la exclusión, el sufrimiento, la angustia, la
enfermedad y el desarraigo, están a la orden del día como los mecanismos de la
forzosa dialéctica que se juega la vida en tanto que devenir no resuelto por el
paradigma simplificante.
¿Que
lugar ocupa la pobreza en este malestar de la empresa civilizacional de
occidente?[2]. La
pobreza es lixiviado en el sentido de externalidad inherente de la acumulación
abusiva de beneficios[3]. Es
el déficit territorializado y encarnado de los flujos de energía concentrados
artificiosamente por el mercado capitalista.
En
el modelo simplificante del imperio, para la estabilización de sus
sistemas económico, político, cultural,
moral y ético, no existen variables que incorporen la multitud diversa[4]. Por
lo tanto la exclusión está validada, la enajenación es invisible al ciudadano
promedio, quien con su sola pre-sentación ya legaliza el expolio de los demás o
de si mismo.
La
condición a la que se ve empujado el ser humano en nuestro tiempo es
precisamente su clausura[5]. La
negación de su excentricidad es requisito de asignación en una centricidad
árida y paralizante que lo cosifica, a partir de lo cual su pobreza ya está
dada.
La
pobreza es una pobreza de mundo, porque en la captura de este se asegura la
ganancia. Por supuesto el duelo es medicada con un bienestar paralizante o
una sevicia descarnada según la latitud o las coordenadas que se ocupen.
Sin
embargo, el diagnóstico de la crisis nihilista de nuestra civilización en
términos similares o por supuesto más rotundos a lo anteriormente planteado,
redunda desde múltiples tribunas y mucho más prominentes descriptores. De
manera similar, con múltiples pretenciones, vigorosidades, alcances,
limitaciones, proyecciones, aplicabilidades y vigencias, se han configurado
formulas de emancipación o fuga, que sin lugar a dudas deberían ser de común
conocimiento y diálogo por quienes acaso intuimos, percibimos, reclamamos o
diligenciamos estas causas.
No
obstante lo anterior, para nuestro desconcierto en una sociedad que está
hiperconectada de suyo es también la perplejidad y el abrumo. Se irgue infinita
la nube que turba apenas la inmersión, la inferencia o más aun la incidencia,
ante la colosal magnitud de información disponible y sus ramificaciones. La
interlocución necesaria se debate al filo de un conteo regresivo cada vez más
determinado por nuestra vida misma y la inconmensurabilidad de la faena propia
del estar presentes, cuando el poder del espíritu cívico es precisamente lo que
ha sido vulnerado[6].
Entonces
la pregunta por la ruta y las respuestas mismas han de valerse de si
descolocadas de todo discurso aglutinador por su necesidad pragmática de
manifestarse. Han de entreverse en su espontaneidad aun simultaneas como
condición de vitalidad previa a la disponibilidad de un movimiento global
transformador o revolucionario.
Las
condiciones propicias no están dadas y sin embargo la ética de la utopía lo
precisa[7]. Por
lo contrario, tampoco se sostiene aquí que la experiencia de liberación de la
pobreza sea un trámite aislado del sujeto, induciendo así un fraudulento individualismo como salida que
es precisamente otro de los síndromes de nuestra era.
El
proceso de emancipación esta dado al ser como un llamado ético pero es social
en la singularidad de lo comunitario y lo propio, he allí donde se fortalece,
la lógica de lo territorial en ámbitos sucesivos desde lo local como
dispositivo revolucionario.
La
invitación es al arraigo, por las raíces de cada ser humano que habita la
tierra en que vivimos. Que se queden quienes quieran florecer y dar frutos,
alimentar su buen vivir y esperanzas…. vamos a nutrirnos y re-significarnos allí
con nuestra gente, donde están nuestras montañas, ríos y quebradas. La sociedad
tendrá que transformarse para la vida con nosotros.
[1] 2001.
Hinkelammert F. El nihilismo al desnudo. Los tiempos de la globalización.
[2] 2002.
Stiglitz J. El malestar de la globalización
[3] 2007.
Perez Tapias J.A. Del bienestar a la justicia. Aportaciones para una ciudadanía
intracultural.
[4] 2002.
Hard M., Negri T. Imperio
[5] 2009.
Saez Luis. Ser Errático. Una ontología crítica de la sociedad.
[6] 2014.
Moral Alvaro. Las ciudades de Nietzche y Maquiavelo. Una geopolítica del
nihilismo contemporaneo
[7] 2008.
Houtart Francis. El camino a la utopia desde un mundo de incertidumbre
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