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sábado, 2 de abril de 2016

Desgarre y arraigo. Claves de un diagnóstico y una ética frente a la pobreza

Desgarre y arraigo. Claves de un diagnóstico y una ética frente a la pobreza como malestar de occidente

Duván Hernán López M.
Geólogo, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia
Candidato a M.Sc. en Filosofía Contemporanea, Universidad de Granada, Granada, España

En la fundación del sistema de poderes formal de los estados modernos, subyacen preceptos filosóficos y antropológicos con marcados sesgos ideológicos etnocentristas que simplificaron y simplifican aun hoy, de manera radical, el aparataje maquínico institucional frente a la realidad multicultural, megadiversa, compleja e intensiva de la especie humana. 

Paradojicamente, la consolidación de los poderes fácticos de occidente revela el desajuste fundacional de su antropología. Su ilegitimidad emerge a la par con el escudriñamiento ejercido por su globalización, en el alcance que acomete sobre la geografía del planeta tierra y la psiquis sus habitantes.

El contrato social no fue suscrito por la humanidad aunque la abarque,  el velo de la ignorancia estaba develado, la justicia no era ciega sino que veía en una dirección, dándole la espalda a una gran mayoría. El irresistible avance del progreso va dejando tras de si montañas de escombros[1]. 

En la transgresión del éxito civilizatorio de occidente emerge la evidencia de su conflicto profundo con el ser humano. No puede darse su extensión sin el desgarramiento y ultraje de la otredad fundacionalmente negada. A partir de allí, la violencia, la represión, la exclusión, el sufrimiento, la angustia, la enfermedad y el desarraigo, están a la orden del día como los mecanismos de la forzosa dialéctica que se juega la vida en tanto que devenir no resuelto por el paradigma simplificante.

¿Que lugar ocupa la pobreza en este malestar de la empresa civilizacional de occidente?[2]. La pobreza es lixiviado en el sentido de externalidad inherente de la acumulación abusiva de beneficios[3]. Es el déficit territorializado y encarnado de los flujos de energía concentrados artificiosamente por el mercado capitalista.

En el modelo simplificante del imperio, para la estabilización de sus sistemas  económico, político, cultural, moral y ético, no existen variables que incorporen la multitud diversa[4]. Por lo tanto la exclusión está validada, la enajenación es invisible al ciudadano promedio, quien con su sola pre-sentación ya legaliza el expolio de los demás o de si mismo.

La condición a la que se ve empujado el ser humano en nuestro tiempo es precisamente su clausura[5]. La negación de su excentricidad es requisito de asignación en una centricidad árida y paralizante que lo cosifica, a partir de lo cual su pobreza ya está dada.

La pobreza es una pobreza de mundo, porque en la captura de este se asegura la ganancia. Por supuesto el duelo es medicada con un bienestar paralizante o una sevicia descarnada según la latitud o las coordenadas que se ocupen.

Sin embargo, el diagnóstico de la crisis nihilista de nuestra civilización en términos similares o por supuesto más rotundos a lo anteriormente planteado, redunda desde múltiples tribunas y mucho más prominentes descriptores. De manera similar, con múltiples pretenciones, vigorosidades, alcances, limitaciones, proyecciones, aplicabilidades y vigencias, se han configurado formulas de emancipación o fuga, que sin lugar a dudas deberían ser de común conocimiento y diálogo por quienes acaso intuimos, percibimos, reclamamos o diligenciamos estas causas.

No obstante lo anterior, para nuestro desconcierto en una sociedad que está hiperconectada de suyo es también la perplejidad y el abrumo. Se irgue infinita la nube que turba apenas la inmersión, la inferencia o más aun la incidencia, ante la colosal magnitud de información disponible y sus ramificaciones. La interlocución necesaria se debate al filo de un conteo regresivo cada vez más determinado por nuestra vida misma y la inconmensurabilidad de la faena propia del estar presentes, cuando el poder del espíritu cívico es precisamente lo que ha sido vulnerado[6].

Entonces la pregunta por la ruta y las respuestas mismas han de valerse de si descolocadas de todo discurso aglutinador por su necesidad pragmática de manifestarse. Han de entreverse en su espontaneidad aun simultaneas como condición de vitalidad previa a la disponibilidad de un movimiento global transformador o revolucionario.

Las condiciones propicias no están dadas y sin embargo la ética de la utopía lo precisa[7]. Por lo contrario, tampoco se sostiene aquí que la experiencia de liberación de la pobreza sea un trámite aislado del sujeto, induciendo así  un fraudulento individualismo como salida que es precisamente otro de los síndromes de nuestra era.

El proceso de emancipación esta dado al ser como un llamado ético pero es social en la singularidad de lo comunitario y lo propio, he allí donde se fortalece, la lógica de lo territorial en ámbitos sucesivos desde lo local como dispositivo revolucionario.

La invitación es al arraigo, por las raíces de cada ser humano que habita la tierra en que vivimos. Que se queden quienes quieran florecer y dar frutos, alimentar su buen vivir y esperanzas…. vamos a nutrirnos y re-significarnos allí con nuestra gente, donde están nuestras montañas, ríos y quebradas. La sociedad tendrá que transformarse para la vida con nosotros.





[1] 2001. Hinkelammert F. El nihilismo al desnudo. Los tiempos de la globalización.
[2] 2002. Stiglitz J. El malestar de la globalización
[3] 2007. Perez Tapias J.A. Del bienestar a la justicia. Aportaciones para una ciudadanía intracultural.
[4] 2002. Hard M., Negri T. Imperio
[5] 2009. Saez Luis. Ser Errático. Una ontología crítica de la sociedad.
[6] 2014. Moral Alvaro. Las ciudades de Nietzche y Maquiavelo. Una geopolítica del nihilismo contemporaneo
[7] 2008. Houtart Francis. El camino a la utopia desde un mundo de incertidumbre

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