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jueves, 19 de enero de 2012

Cambios para el cambio: Las oportunidades para abordar una política frente al cambio climático en la ciudad de Bogotá

Cambios para el cambio
Las oportunidades para abordar una política frente al cambio climático en la ciudad de Bogotá

Duván Hernán López
Geólogo, U. Nacional
C. Esp. Gerencia Ambiental y Prevención de Desastres, U. Sergio Arboleda
Las festividades decembrinas se prestan para la renovación del cuerpo, la mente y el alma. En general el cierre del año, así como el comienzo de un nuevo ciclo del calendario, suscitan en los humanos una convocatoria casi biológica, a realizar una serie de operaciones renovadoras que permiten aligerar las cargas y retomar con entusiasmo las actividades cotidianas.
Muchos han aprovechado la temporada para ponerse a paz y salvo consigo mismo y con los seres queridos, ¡incluso a costa de ponerse en mora con los bancos!.
Los regalos, las veladas de fraternidad y reconciliación,  los viajes así sean de corto o largo vuelo, las reparaciones en el hogar, la limpieza que incluye arrojar tanta basura acumulada; hay muchas tácticas apropiadas para comenzar un nuevo año aligerado.
Suele ocurrir también por estas épocas, que se afirman los propósitos del año nuevo; todos pensamos en cosas que podemos mejorar. Queremos que nos vaya mejor, y sabemos que en parte depende de nosotros. Las resoluciones más comunes: dejar de fumar, estudiar un idioma, adelgazar, hacer deporte, ahorrar, viajar, hacer las paces con un viejo amigo. Todas estas valiosas consideraciones entrarán a competir rápidamente con los diferentes obstáculos y dificultades que siempre aparecen en el camino, de modo que empezaran a dilatarse o debilitarse algunos de los planes y decisiones.
Hay que tener gran resolución y motivación suficiente para no dejar las convicciones personales en el papel y realmente aprovechar el comienzo de nuevo año para generar cambios positivos en nuestras vidas. Por supuesto el fin de año no es  el único tiempo para establecerse metas; en cualquier momento de la vida, es preciso proyectarse para cada ser humano, emprender nuevos retos y tareas.
Es natural que algunos de estos proyectos fallen o no funcionen, se requiere revaluar o repensar muchas de las expectativas, de acuerdo con nuevas realidades emergentes o imprevistas. Lo cierto es que si al pasar de los años los proyectos no avanzan o se mantienen en revaluaciones constantes, se hace evidente que algo anda mal en la formulación de las metas, en la evaluación de las condiciones reales requeridas para cumplirlas  o en el compromiso con nuestra vida y nuestras más nobles ilusiones o causas.
A nivel colectivo como sociedad enfrentamos las mismas situaciones. Podemos edificar un futuro común y construirlo paso a paso, o idealizarlo con metas incumplibles, proyectos en contravía de las dinámicas reales o sin un compromiso cabal, a la altura de la generosidad que han merecido las grandes obras de la humanidad.
Se promete y se promete pero no se avanza, esta es la triste historia de los gobiernos modernos frente a los temas ambientales y una muestra reciente al respecto ha sido la última conferencia de las partes sobre cambio climático – COP17, realizada el pasado mes de diciembre en Durban, Sudáfrica.
Mientras el planeta Tierra se sigue sobrecalentando, los líderes de las naciones en Durban no lograron ponerse de acuerdo más allá de las buenas intenciones. El protocolo de Kyoto desde su entrada en vigencia en el año 2005, constituye el único instrumento con medidas vinculantes que obliga a las naciones desarrolladas a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Hasta el momento no se ha hecho posible lograr el compromiso de los Estados Unidos ni de China, para participar en el , lo tanto, controlar el ascenso vertiginoso de las temperaturas planetarias. A partir de la cumbre de Durban,  se falló en la incorporación de las naciones mencionadas, pero adicionalmente se falló por la inminente deserción de algunas naciones que habían ratificado el protocolo, pero que no están dispuestas a extender su marco de acción más allá del año 2012, hasta donde inicialmente estaba estipulado.
Las emisiones de gases de efecto invernadero de un país como Colombia son minúsculas con respecto a las magnitudes en el denominado “primer mundo”. Se calcula que el país solo aporta un 0,37% del total de emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global[1]. De modo que, independientemente de que los propósitos de los grandes contaminadores se materialicen o no, en acuerdos vinculantes para darle al mundo una esperanza, es necesario que la prioridad política de nuestro gobierno sea la adaptación a las condiciones del cambio climático, aceptándolo hoy en día como una realidad.  
En términos de adaptación debemos identificar tempranamente nuestras principales vulnerabilidades e intervenirlas eficazmente para enfrentarlas a tiempo. Colombia debe comprometerse en abordar este asunto de manera seria, urgente e integral.
Es acertado considerar desde el escenario político al cambio climático como un desafío fundamental para la sociedad del Siglo XXI. El nuevo alcalde de Bogotá, Gustavo Petro Urrego, ha mantenido referencias y advertencias frecuentes de manera coherente el tema, en los medios de comunicación y en los debates públicos, desde su recorrido como candidato y hasta sus últimas intervenciones una vez asumido el poder.
Pero el significado de la priorización del cambio climático dentro de la agenda política de una ciudad, debe ir más allá de la retórica bien intencionada que busca despertar al interés común y conectarse con la opinión general sobre la relevancia de estos temas. Luchar contra el cambio climático implica entre otras cosas una reconsideración sustantiva en la proyección de nuestra ciudad, la transversalización de la gestión ambiental y el enfoque de la sostenibilidad en todos los sectores del plan de desarrollo del gobierno.
Se requiere la proyección de diversas medidas más allá del horizonte cuatrienal de un gobernante para abordar temas como el cambio climático. Quizá los éxitos que diversos sectores le conceden a Enrique Peñaloza, se deben a que tuvo y aprovechó la oportunidad histórica de estrenar la entonces recién promulgada ley de ordenamiento territorial[2], mediante la formulación y puesta en marcha del Plan de Ordenamiento de Bogotá, puesto en marcha desde el año 1998 y hasta nuestros días vigente.
El modelo de Enrique Peñaloza le aportó una visión estratégica a la ciudad que antes no tenía, aunque claramente la estrategia favorecía la expansión urbana, la construcción de grandes obras de infraestructura y la prevalencia de una ciudad polarizada, con grandes focos de inversión, desarrollo y urbanismo hacia el borde norte, así como amplios sectores excluidos y con fuertes pasivos sociales y ambientales hacia el borde sur.
La ciudad diseñada por Peñaloza contaba con una estructura ecológica principal por primera vez considerada y lanzada como tal hacia el imaginario urbano. Sin embargo esta estructura se fundaba sin un dialogo, comprensión o interpretación de las dinámicas naturales del territorio, determinadas por la presencia numerosa de quebradas y ríos que recorren la ciudad desde los cerros orientales, así como zonas de inundación en las confluencias de dichos ríos y quebradas, así como en el borde occidental en la confluencia de los ríos más caudalosos con el río Bogotá.
La  lectura insuficiente del territorio resultó en la construcción de grandes proyectos viales, urbanísticos e industriales, atravesados  arbitrariamente a lo largo de los causes del agua y las zonas de inundación y humedales.  Como resultado tenemos una inadaptación total de la ciudad ante las condiciones climáticas actuales. Inadaptación aun mucho más dramática si consideramos las condiciones de cambio climático.
Los cambios para el cambio  climático son necesarios, comienzan por devolverle a los cuerpos de agua sus causes y canales invadidos. Por permitir áreas para la expansión urbana  pero también áreas a la expansión del agua y la naturaleza.
Así como demandamos redes viales que conecten los centros de vivienda, producción, ocio y  conocimiento, debemos bregar por suplir corredores de conectividad al agua y a los sistemas naturales bogotanos.
La coyuntura actual nos convoca a la formulación de un nuevo plan de desarrollo, así como a la revisión y ajuste que debe surtir el plan de ordenamiento territorial diseñado por Peñaloza en 1998. A través de estos mecanismos podemos diseñar operaciones estratégicas urbanas novedosas, que aseguren la intervención armoniosa de las entidades del estado, con criterios integrales de sostenibilidad, teniendo en cuenta lo que el cambio climático implica, en particular para la dinámica del agua, que se acrecentará, generando conflictos mayores que los actualmente existentes en la urbe. ¡Propongo considerar estas reflexiones en los propósitos colectivos de los Bogotanos, para construir una mejor ciudad durante el año 2012!.



[1] Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales [Ideam], Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo
Territorial [MAVDT] & Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD]. (2001). Segunda
Comunicación Nacional ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Inventario Nacional de GEI 1990 y 1994. Trade Link Ltda. Bogotá: Autores. 221 p.
[2] La Ley 388 de 1997, promulgada mediante el Diario Oficial No. 43.091, en Julio de 1997 y conocida como ley de desarrollo territorial, dispone entre otras cosas el establecimiento de los instrumentos de ordenamiento territorial que permitieran a los municipios, en ejercicio de su autonomía, promover el ordenamiento de su territorio, el uso equitativo y racional del suelo, la preservación y defensa del patrimonio ecológico y cultural localizado en su ámbito territorial y la prevención de desastres en asentamientos de alto riesgo, así como la ejecución de acciones urbanísticas eficientes.

viernes, 13 de enero de 2012

Los Desastres no son naturales ni tampoco humanos

Los Desastres no son naturales ni tampoco humanos



Duván Hernán López*


El estudio social de los desastres  es un campo de investigación reciente pero fructífera en América Latina. Se ha consolidado toda una escuela, con desarrollos teóricos y conceptuales de vanguardia sobe el tema. A su vez se han podido concretar alrededor de dichas teorías ejercicios de gobierno serios, con desarrollos metodológicos e institucionales notables a diferentes escalas.
Valga la ocasión para reconocer la importancia de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres de América Latina (LA RED) y saludar especialmente a las instituciones y profesionales que emprendieron esa iniciativa que cumplirá 20 años el próximo mes de agosto, y que ha permitido estimular y fortalecer el estudio social de la problemática del riesgo y definir, a partir de ello, nuevas formas de intervención y de gestión en el campo de la mitigación de riesgo y prevención[1].
Los estudios de LA RED han estado en la vanguardia supliendo respuestas y acompañando los procesos institucionales de fortalecimiento de los sistemas de preparación y respuesta ante los fenómenos naturales en los diferentes contextos de Latinoamérica. Se han dinamizado desde allí experiencias y aprendizajes de validez mundial.
Ha sido a partir de esta perspectiva moderna de los estudios latinoamericanos, desde donde se han generado los conceptos y metodologías vigentes en los esquemas organizativos de la mayoría de los países latinoamericanos frente  a los desastres. En el caso de Colombia la construcción, diseño y consolidación del Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres, se ha dado de la mano de la elaboración de dichas concepciones teóricas. Es un buen ejemplo el salto cualitativo (desde el punto de vista conceptual), dado a nivel nacional mediante el paso de la Dirección Nacional de Prevención y Atención de Desastres (DNPAD), a la Dirección Nacional de Gestión del Riesgo (DGR)[2].
La creación y consolidación del Sistema Distrital de Prevención y Atención de Desastres de Bogotá – SDPAE, también ha respondido a la perspectiva de la gestión del riesgo planteada desde el pensamiento social latinoamericano, con el apoyo de LA RED. Bogotá ha sido un caso de avances institucionales evidentes, la incorporación de las amenazas naturales como criterios determinantes del Plan de Ordenamiento de Bogotá – POT, desde el año 1998 y la identificación en el mismo POT de zonas prioritarias de intervención del riesgo, constituyen logros valiosos y perdurables que contribuyen a la construcción de la ciudad sostenible que todos soñamos tener. No hay que permitir que el SDPAE se desfigure en su visión sistémica y en su postura preventiva frente al riesgo.
La atención de emergencias no debe sobreponerse a la necesidad de comprender los riesgos existentes y reducirlos antes de que se manifiesten como desastres tangibles que causen daño a la población.
El gran aporte desde los estudios latinoamericanos tiene que ver con la comprensión de múltiples dimensiones de los desastres. Dimensiones que no habían sido consideradas en su total amplitud bajo otros esquemas y en otras realidades. En el caso de los países industrializados, el manejo de los desastres tendía a ser predominantemente un problema logístico – abordado en términos de la rapidez de la respuesta y la eficiente localización de elementos apropiados de socorro en los lugares y momentos necesarios. En los países en vías de desarrollo se hizo evidente que el problema, sus causas y por lo tanto su gestión, tenían un carácter mucho más profundo y estructural, asociado con los grandes problemas sociales que determinaban las condiciones de vulnerabilidad y la exposición al riesgo de la población (Wilches, 1993)[3].
En la lectura, comprensión e interpretación de los desastres, desde la perspectiva desarrollada por las ciencias sociales latinoamericanas, se hizo notable que en la realidad de los pueblos los desastres materializan mucho más que la expresión de un fenómeno natural. Los desastres exponen una serie acumulada de vulnerabilidades o fallas estructurales en la  organización de las sociedades, que minan su capacidad de adaptación y respuesta a los desafíos de su entorno.
De manera consecuente surge entonces, la necesidad de abordar, la gestión del desastre más allá de un mecanismo de respuesta, como un proceso de intervención en las condiciones de calidad de vida y estructura organizativa de una comunidad. En sentido inverso, cualquier programa tendiente a mejorar la calidad de vida de la comunidad se podría considerar como una medida de reducción del riesgo, una medida para la prevención de desastres, independiente de que haya sido concebida para tal fin.  
Es desde esta perspectiva que se ha planteado y popularizado en numerosas publicaciones que “los desastres no son naturales” (Maskrey, 1992), (Alayo, 2009). Lo que se quiere destacar en esta frase paradigmática, es que los desastres no son el producto directo  e irremediable del comportamiento y la actuación maléfica de la naturaleza sobre la humanidad. Se busca evitar de esta forma que se justifique  de entrada una visión fatalista de la sociedad frente a la probabilidad o inminencia de los desastres.
Por lo contrario la gestión del riesgo puede encontrar un campo de acción muy fértil, al comprender que los desastres tienen un importante componente en las dinámicas sociales, sectoriales y territoriales, las cuales determinan la mayor o menor exposición y vulnerabilidad a los fenómenos naturales y sus consecuencias. No podemos quizá como seres humanos, modificar ostensiblemente las condiciones de amenaza dadas por los procesos propios de la naturaleza, pero si podemos revisar, intervenir y modificar las dinámicas sociales que determinan una alta vulnerabilidad, de este modo podemos reducir el riesgo, prevenir los desastres o al menos el impacto y las pérdidas que estos causan y seguirán causando sobre la humanidad.
La aceptación de que los desastres no son naturales no implica sin embargo, que no ocurran fenómenos que manifiesten expresiones de la naturaleza. La mayoría de la comunidad científica coincidiría en que los sismos, maremotos y explosiones volcánicas por ejemplo son fenómenos claramente naturales, en los cuales la intervención del hombre es imposible.
No ocurre lo mismo en el caso de los fenómenos hidrometereológicos. En el contexto del cambio climático, las lluvias, olas de calor u olas de frío, temporales invernales y sus consecuentes crecientes, avalanchas, deslizamientos y otro tipo de dinámicas, son fenómenos con un nivel de incidencia humana o antrópica. La capacidad de alteración  por parte de las actividades humanas, de los balances que garantizan las condiciones climáticas del planeta es una realidad anunciada y probada científicamente.
Siendo los fenómenos hidrometereológicos los más frecuentes a nivel histórico en el territorio colombiano, y teniendo en cuenta la reflexión anterior sobre la influencia humana en las dinámicas del clima, parece de nuevo evidente que los desastres no son naturales. Se propician desastres cuando se persiste en alteraciones ecosistémicas irreversibles, en desforestar y desequilibrar las cuencas hídricas, en rellenar y ocupar las zonas de inundación y humedales.   
Parecería incuestionable que efectivamente los desastres no son naturales, como lo han sugerido los grandes “desastrólogos”  de LA RED (y en general de las corrientes contemporaneas que estudian este tipo de fenómenos). Esto nos arrojaría a la tesis de que los desastres son de alguna forma humanos y  entonces quiero hacer énfasis en lo paradójica que resulta esta conclusión.
Cuando tenemos estampadas en la memoria o traemos a colación las imágenes de sufrimiento y dolor, por los desastres que han afectado el territorio colombiano en los últimos días, resulta difícil aceptar que sean humanas dichas tragedias; cualquiera sin necesidad de ser experto podría categóricamente asegurar que no es humana la magnitud de la tragedia que por ejemplo están viviendo las 45.000 personas afectadas por las inundaciones en el sur occidente de Bogotá. Se trata de condiciones inhumanas, o infrahumanas a las que quedan sometidos los afectados por los desastres que hoy vive nuestro país.
El desastre más allá de las pérdidas económicas y físicas que causa, atenta directamente contra la dignidad, la honra, la autoestima, la esperanza y la ilusión de los damnificados. ¡Los desastres son inhumanos!, sin duda lo podemos decir.
De modo que los desastres no son naturales pero tampoco son humanos, ¿entonces cual es la razón o el sentido, la causa, el origen de los desastres que nos azotan hoy?. Me permito a través de esta reflexión cuestionar a los expertos que admiro de LA RED y a los grandes teóricos de la gestión del riesgo que nos han ilustrado hasta el día de hoy. 
Desde la claridad que da la afirmación de la inhumanidad del desastre, se puede acudir a un cuestionamiento profundo sobre el significado de lo humano.  La pregunta es si nuestras sociedades están siendo enteramente humanas, con la dimensión ética que esto significa. La tesis es que probablemente no es así.
Si somos una sociedad en proyecto de ser humanidad, seres pre-humanos, infrahumanos o inhumanos, es una cuestión que requeriría mayor elaboración. Pero creo que aparece bajo esta cuestión una ventana para la resolución de los desastres. Si logramos una sociedad de seres enteramente e integradamente humanos; si no toleramos, cohonestamos, ni promovemos la inhumanidad de los procesos de desarrollo que nos llevan al desastre, me pregunto si lograríamos al fin una relación armoniosa con la naturaleza, mientras tanto estamos en conflicto con ella y las consecuencias no dejan de ser noticia, los desastres siguen ocurriendo e incrementándose a nivel mundial. 




[1] LA RED surge en agosto de 1992, bajo el espíritu de colaboración interinstitucional e interdisciplinatria, entre instituciones dedicadas a la promoción de un enfoque social hacia el estudio de los desastres. Mayor información en la página web de la organización: http://www.desenredando.org/ . En el sitio web se encuentran los antecedentes, la presentación, estrategia y documentos fundamentales para comprender el fundamento de esta organización. 
[2]
[3] Wilches, Gustavo. (1993). La Vulnerabilidad Global. En: Los desastres no son naturales, pp. 11- 41. Compilador. Maskrey Andrew. Ed. La Red. Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina.



*Duván H. López Meneses
Geólogo, Universidad Nacional
C. esp. Gerencia para el manejo de los recursos naturales y prevención de desastres

Universidad Sergio Arboleda