Cambios para el cambio
Las oportunidades para abordar una política frente al
cambio climático en la ciudad de Bogotá
Duván Hernán López
Geólogo, U. Nacional
C. Esp. Gerencia Ambiental y Prevención de Desastres,
U. Sergio Arboleda
Las festividades decembrinas se prestan
para la renovación del cuerpo, la mente y el alma. En general el cierre del
año, así como el comienzo de un nuevo ciclo del calendario, suscitan en los
humanos una convocatoria casi biológica, a realizar una serie de operaciones
renovadoras que permiten aligerar las cargas y retomar con entusiasmo las
actividades cotidianas.
Muchos han aprovechado la temporada para
ponerse a paz y salvo consigo mismo y con los seres queridos, ¡incluso a costa
de ponerse en mora con los bancos!.
Los regalos, las veladas de fraternidad y reconciliación,
los viajes así sean de corto o largo
vuelo, las reparaciones en el hogar, la limpieza que incluye arrojar tanta basura
acumulada; hay muchas tácticas apropiadas para comenzar un nuevo año aligerado.
Suele ocurrir también por estas épocas,
que se afirman los propósitos del año nuevo; todos pensamos en cosas que
podemos mejorar. Queremos que nos vaya mejor, y sabemos que en parte depende de
nosotros. Las resoluciones más comunes: dejar de fumar, estudiar un idioma,
adelgazar, hacer deporte, ahorrar, viajar, hacer las paces con un viejo amigo.
Todas estas valiosas consideraciones entrarán a competir rápidamente con los diferentes
obstáculos y dificultades que siempre aparecen en el camino, de modo que
empezaran a dilatarse o debilitarse algunos de los planes y decisiones.
Hay que tener gran resolución y motivación
suficiente para no dejar las convicciones personales en el papel y realmente
aprovechar el comienzo de nuevo año para generar cambios positivos en nuestras
vidas. Por supuesto el fin de año no es
el único tiempo para establecerse metas; en cualquier momento de la vida,
es preciso proyectarse para cada ser humano, emprender nuevos retos y tareas.
Es natural que algunos de estos proyectos
fallen o no funcionen, se requiere revaluar o repensar muchas de las
expectativas, de acuerdo con nuevas realidades emergentes o imprevistas. Lo
cierto es que si al pasar de los años los proyectos no avanzan o se mantienen
en revaluaciones constantes, se hace evidente que algo anda mal en la formulación
de las metas, en la evaluación de las condiciones reales requeridas para
cumplirlas o en el compromiso con
nuestra vida y nuestras más nobles ilusiones o causas.
A nivel colectivo como sociedad
enfrentamos las mismas situaciones. Podemos edificar un futuro común y
construirlo paso a paso, o idealizarlo con metas incumplibles, proyectos en
contravía de las dinámicas reales o sin un compromiso cabal, a la altura de la
generosidad que han merecido las grandes obras de la humanidad.
Se promete y se promete pero no se avanza,
esta es la triste historia de los gobiernos modernos frente a los temas
ambientales y una muestra reciente al respecto ha sido la última conferencia de
las partes sobre cambio climático – COP17, realizada el pasado mes de diciembre
en Durban, Sudáfrica.
Mientras el planeta Tierra se sigue
sobrecalentando, los líderes de las naciones en Durban no lograron ponerse de
acuerdo más allá de las buenas intenciones. El protocolo de Kyoto desde su
entrada en vigencia en el año 2005, constituye el único instrumento con medidas
vinculantes que obliga a las naciones desarrolladas a reducir sus emisiones de
gases de efecto invernadero. Hasta el momento no se ha hecho posible lograr el
compromiso de los Estados Unidos ni de China, para participar en el , lo tanto,
controlar el ascenso vertiginoso de las temperaturas planetarias. A partir de la
cumbre de Durban, se falló en la
incorporación de las naciones mencionadas, pero adicionalmente se falló por la inminente
deserción de algunas naciones que habían ratificado el protocolo, pero que no
están dispuestas a extender su marco de acción más allá del año 2012, hasta
donde inicialmente estaba estipulado.
Las emisiones de gases de efecto
invernadero de un país como Colombia son minúsculas con respecto a las
magnitudes en el denominado “primer mundo”. Se calcula que el país solo aporta
un 0,37% del total de emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global[1]. De
modo que, independientemente de que los propósitos de los grandes
contaminadores se materialicen o no, en acuerdos vinculantes para darle al
mundo una esperanza, es necesario que la prioridad política de nuestro gobierno
sea la adaptación a las condiciones del cambio climático, aceptándolo hoy en
día como una realidad.
En términos de adaptación debemos
identificar tempranamente nuestras principales vulnerabilidades e intervenirlas
eficazmente para enfrentarlas a tiempo. Colombia debe comprometerse en abordar este
asunto de manera seria, urgente e integral.
Es acertado considerar desde el escenario
político al cambio climático como un desafío fundamental para la sociedad del
Siglo XXI. El nuevo alcalde de Bogotá, Gustavo Petro Urrego, ha mantenido
referencias y advertencias frecuentes de manera coherente el tema, en los
medios de comunicación y en los debates públicos, desde su recorrido como
candidato y hasta sus últimas intervenciones una vez asumido el poder.
Pero el significado de la priorización del
cambio climático dentro de la agenda política de una ciudad, debe ir más allá
de la retórica bien intencionada que busca despertar al interés común y conectarse
con la opinión general sobre la relevancia de estos temas. Luchar contra el
cambio climático implica entre otras cosas una reconsideración sustantiva en la
proyección de nuestra ciudad, la transversalización de la gestión ambiental y
el enfoque de la sostenibilidad en todos los sectores del plan de desarrollo
del gobierno.
Se requiere la proyección de diversas
medidas más allá del horizonte cuatrienal de un gobernante para abordar temas
como el cambio climático. Quizá los éxitos que diversos sectores le conceden a
Enrique Peñaloza, se deben a que tuvo y aprovechó la oportunidad histórica de
estrenar la entonces recién promulgada ley de ordenamiento territorial[2],
mediante la formulación y puesta en marcha del Plan de Ordenamiento de Bogotá, puesto
en marcha desde el año 1998 y hasta nuestros días vigente.
El modelo de Enrique Peñaloza le aportó
una visión estratégica a la ciudad que antes no tenía, aunque claramente la
estrategia favorecía la expansión urbana, la construcción de grandes obras de
infraestructura y la prevalencia de una ciudad polarizada, con grandes focos de
inversión, desarrollo y urbanismo hacia el borde norte, así como amplios
sectores excluidos y con fuertes pasivos sociales y ambientales hacia el borde
sur.
La ciudad diseñada por Peñaloza contaba
con una estructura ecológica principal por primera vez considerada y lanzada
como tal hacia el imaginario urbano. Sin embargo esta estructura se fundaba sin
un dialogo, comprensión o interpretación de las dinámicas naturales del territorio,
determinadas por la presencia numerosa de quebradas y ríos que recorren la
ciudad desde los cerros orientales, así como zonas de inundación en las
confluencias de dichos ríos y quebradas, así como en el borde occidental en la
confluencia de los ríos más caudalosos con el río Bogotá.
La
lectura insuficiente del territorio resultó en la construcción de
grandes proyectos viales, urbanísticos e industriales, atravesados arbitrariamente a lo largo de los causes del
agua y las zonas de inundación y humedales.
Como resultado tenemos una inadaptación total de la ciudad ante las
condiciones climáticas actuales. Inadaptación aun mucho más dramática si
consideramos las condiciones de cambio climático.
Los cambios para el cambio climático son necesarios, comienzan por
devolverle a los cuerpos de agua sus causes y canales invadidos. Por permitir
áreas para la expansión urbana pero
también áreas a la expansión del agua y la naturaleza.
Así como demandamos redes viales que
conecten los centros de vivienda, producción, ocio y conocimiento, debemos bregar por suplir
corredores de conectividad al agua y a los sistemas naturales bogotanos.
La coyuntura actual nos convoca a la formulación
de un nuevo plan de desarrollo, así como a la revisión y ajuste que debe surtir
el plan de ordenamiento territorial diseñado por Peñaloza en 1998. A través de
estos mecanismos podemos diseñar operaciones estratégicas urbanas novedosas,
que aseguren la intervención armoniosa de las entidades del estado, con
criterios integrales de sostenibilidad, teniendo en cuenta lo que el cambio
climático implica, en particular para la dinámica del agua, que se acrecentará,
generando conflictos mayores que los actualmente existentes en la urbe.
¡Propongo considerar estas reflexiones en los propósitos colectivos de los
Bogotanos, para construir una mejor ciudad durante el año 2012!.
[1] Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales
[Ideam], Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo
Territorial [MAVDT] & Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD]. (2001). Segunda
Comunicación Nacional ante la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Inventario Nacional de GEI 1990 y
1994. Trade Link Ltda. Bogotá: Autores. 221 p.
[2] La Ley 388 de 1997,
promulgada mediante el Diario Oficial No. 43.091, en Julio de 1997 y conocida
como ley de desarrollo territorial, dispone entre otras cosas el establecimiento de
los instrumentos de ordenamiento territorial que permitieran a los municipios,
en ejercicio de su autonomía, promover el ordenamiento de su territorio, el uso
equitativo y racional del suelo, la preservación y defensa del patrimonio
ecológico y cultural localizado en su ámbito territorial y la prevención de
desastres en asentamientos de alto riesgo, así como la ejecución de acciones
urbanísticas eficientes.